Relato

La foto del medio

La heladera, por todos sus lados está cubierta de boludeces: stickers, imanes de deliveries, dibujos, números de teléfono escritos a mano, souvenirs de viajes y fotos. Se solapan unas con otras y pueden verse restos, fracciones de nuestra historia. Algunas veces, cuando voy a buscar algo, sobretodo si es de madrugada y me desperté con ganas dulce, antes de abrir la puerta me quedo un rato ahí, como si la imagen se congelara, con la mano en la manija, recorriendo esos fragmentos y trato de asociarlos a algún recuerdo. Hoy me detuve en un pequeño triangulito celeste, que asomaba debajo del imán de la cooperativa de verduras orgánicas. Tiré de ese pedacito de color y cuando tuve la visión completa me encontré con tu foto. Es del día en que te fuiste. Se ve la puerta de casa abierta, vos en medio cargando tu mochila y poniendo cara de loco, un gesto muy gracioso que hacías muchas veces; detrás tuyo, el cielo despejado hace de fondo del momento en que decías chau.

Esa mañana comenzamos a pelear desde que nos despertamos, porque uno se enrolla en la frazada y destapa al otro, porque quiero entrar al baño y estás hace veinte minutos. El agua hirvió, esto no se puede tomar. ¿Tus viejos mañana? ¿Otra vez? Lo de siempre, peor. Reclamos que escondían otras insatisfacciones de las que no queríamos hablar, porque eran tan definitivas que sabíamos cuál era su destino. Lo que no se dice no existe, decíamos cuando nos conocimos y fue el pilar de nuestra vida juntos. Entonces no decíamos y la existencia de lo no dicho construyó la muralla por sobre la cuál nos tirábamos de todo; caían de un lugar no dicho y anónimo verdades como piedras. Nadie sale ileso de semejante ataque y el único objetivo es levantarse cada día dispuesto a trepar esa alta pared para descubrir al enemigo y acabar con él. Una batalla donde no hay victorias.

Eso, nosotros, todos esos años. Pero ese día nos encontramos finalmente trepados, habiendo llegado a la cima, uno a cada lado. Y grité, tiré platos, me puteaste, sacudí la puerta, me agarraste del cuello, te escupí en la cara y volví a sacudir otra puerta, le diste un puñetazo a la pared, te sangraron los nudillos, te puse agua oxigenada y te vendé la mano, me empujaste, me abalancé, te encerraste en el baño, pateé la puerta, abriste la ducha, salí, cagón. Saliste mientras te agarrabas la entrepierna, te pegué en el pecho con las manos cerradas. Te fuiste al cuarto a meter algo de ropa en la mochila. Me fui a la cocina, fumé diez puchos seguidos y tomé lo que quedó del vino de mierda, en la botella. Te sentaste en la cama y hubo silencio. Me derrumbé sobre la mesa con la copa en la mano, volviste a aparecer, te miré de nuevo con menos rabia. Lloraste. Yo también. Le dimos existencia al silencio, mordimos la manzana y ya no pudimos volver al paraíso. Desde la puerta, antes de cerrar, pusiste esa cara de loco tan graciosa y me dijiste: chau.

Esa madrugada, cuando me levanté, fui a la cocina porque necesitaba algo dulce y lo primero que vi fue la foto de ese día; me acordé vos, de todo lo que no dijimos y supe que no hubiera podido ser de otra manera. Volví a la cama sin siquiera abrir la puerta de la heladera, pensando si realmente la foto era de ese día, porque sólo estábamos nosotros dos.

Julio, 2020

—-

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *