Soldados
Me levanto cada mañana dispuesto a luchar. A las 6 se escucha un gallo –aún no puedo descubrir a cuál de mis vecinos pertenece, y se renueva la incógnita de cómo es posible que escuche un gallo desde el piso 12 de mi urbanizada aldea–, justo cuando muevo la mano en la oscuridad para apagar el despertador. La mayor parte de los días suelo deslizar el botón hacia pausa, snooze, “otro ratito”, que me da diez minutos más de sueños y esta rutina lleva cerca de una hora. Sobre las 7, estoy listo para la batalla diaria.
Con gran decisión bajo mis pies de la cama buscando las pantuflas de fieltro que me regaló mi vieja y encaro para el baño. Hace tiempo que no me afeito; decidí dejar esos hábitos burgueses que el mercado impuso a mediados del siglo pasado sólo para vender más cuchillas descartables. De tal modo, mi paso por el baño se limita al acto de mear y luego dar una mirada al espejo para volver a reconocerme. Todavía me sorprende el aspecto de mi cara manchada con esa barba escasa y libertaria. De camino a la cocina, levanto el periódico que deslizó el encargado bajo la puerta de entrada del departamento y antes de seguir ya lo estoy abriendo en la página doce para meterme de lleno en las circunstancias de la jornada. Preparo un café con leche que acompaño con unas tostadas de pan integral. A las 10 tengo motivación suficiente con todo lo que leí y comienzo a preparar una estrategia de acción. Tomo mi libreta y comienzo a escribir las primeras líneas.
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No muy lejos de ahí, Soledad, desvelada desde las 4, cuando despertó sobresaltada de una pesadilla en la que miles de personas ocupaban Plaza de Mayo y metían sus patas en la fuente de agua, arma un colage en su compu con fotos de algunas figuras de la política y unos textos sobre fondo azul, mientras toma su segunda pava de mate con edulcorante. Desde el living de su departamento del piso 10, con grandes ventanales, puede verse el parque de en frente que satura sus colores a medida que el sol se levanta allá en el puerto. La luz aguda le molesta en la cara y cierra las persianas. Pone a imprimir el colage para ver cómo había quedado. Lo clava con dos chinches en la pizarra sobre su escritorio y lo estudia por un rato para definir si el mensaje está suficientemente claro. Sólo falta agregarle el tilde a la palabra “oxígeno”. Guarda la versión final y lo publica unos minutos después en su perfil.
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Yo acababa de poner en línea mis primeras ideas del día y esperaba ansioso las reacciones, volvía a cargar la página de inicio una y otra vez. Entonces vi aparecer el posteo de una tal Soledad que compartió un amigue en común. ¡Qué indignación! No me daban los dedos, mi cabeza urgía palabras más rápido de las que podía tipiar: “El sistema ha sido corrompido acorde a las circunstancias a la cual se lleven a cabo, y es lamentable que un acto de sinceridad y transparencia pase desapercibido a los sujetos de carácter social y común. Hay que tener en cuenta la escasez de recursos y educación que permiten que en esta práctica concluyan con su objetivo”.
En seguida pudieron verse debajo de mi comentario los tres puntitos flameando que indican que alguien va a responder. Me levanté de la silla impaciente y fui hasta la cocina a calentar agua… puse la pava y volví a sentarme; todavía no aparecía la respuesta y comencé a pensar en mi siguiente intervención. Mientras armaba la contraofensiva aproveché a compartir una imagen muy fuerte de unos niños que son explotados en fábricas de zapatos de cuero de cocodrilo.
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Soledad, desde su trinchera, camina de una punta a la otra del living gritando: “¡Ignorante!” y se dispone a seguir la batalla desde su teclado.
No pasó mucho tiempo para que llegaran aliados de uno y otro lado; la tira de comentarios se hizo extensa; varios frentes se abren y los comentarios no se hacen esperar. Deja rápidamente un emoticón predeterminado y luego se ocupa de responder a cada uno. La situación es tensa, la batalla aún no está ganada, pero se siente acompañado por varios compañeros que dejan rápidamente su opinión alineada mientras derrama conciencia sobre otros que todavía no entienden. Con el paso de las horas, algunos abandonan el territorio y se enfrenta con nuevos contrincantes que no leen lo escrito hasta ese momento y vuelven a la carga con argumentos que ya creía haber neutralizado. Soledad salió hace rato para la facultad.
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Estoy agotado y tengo hambre, me tiro hacia atrás en mi silla sin dejar de mirar la pantalla. Me llama la atención el video de unas tortugas que nadan miles de kilómetros, desde un archipiélago del sur hasta el mar del Caribe para dejar sus huevos. Estaba etiquetado entre muchos otres; una clara estrategia del sistema para distraerme. Lo comprendí luego de veinte minutos frente a esas aguas cristalinas y volví a actuar. Sobre mi post inicial, del que ya casi no me acordaba, veo dos me gusta, un corazón y un comentario que no dudo en contestar, pero la respuesta queda huérfana… Siento que falta mucho para que el mundo cambie pero no me quedan fuerzas para seguir ahora. Destapo una cerveza y me tiro en el sillón; antes de terminarla me quedo dormido y sueño: algún día lograremos frenar la contaminación de plásticos que ocupa los océanos.
Mayo, 2018
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