Relato

El hecho

El milagro es haber sobrevivido. Cuando se levantó esa mañana sintió de inmediato que algo iba a suceder ese día, algo distinto, de otra dimensión. Algo que ni siquiera había imaginado antes. Que no estaba en su vocabulario de anhelos ni desgracias. Un hecho nombrado con una palabra que nunca se hubo pronunciado antes, ni leído, ni escuchado. Salteada por completo en su enumeración diaria de nuevos términos. Claro, ausente por ignota, por desconocida. ¿Cómo se construye una palabra? ¿Cómo se nombra un hecho? Si algo ocurre como una sumatoria de diversos avatares que no se han conjugado antes, es un hecho nuevo y necesita un nombre. ¿Quién es el responsable de nombrar ese hecho? ¿El que lo vivió o alguien a quien se lo contamos? ¿Se presenta en el Comité de Estudios Lingüísticos de Nuevos Hechos y su Designación?

Como sea, la mañana tienen su mood, ése que él disfruta y lo dispone a enfrentar el desafío de cada día. Saltó a las pantuflas y fue para la cocina a preparar el mate. Mientras el agua se calentaba, encendió un cigarrillo y se dijo: hoy no voy a usar los anteojos, no quiero máscaras ni escudos, nada de filtros. Lo que viene como es, como puedo recibirlo, sin prejuicios, sin el tamiz intelectual. Hoy estoy desnudo.

Así como estaba, medio ciego, la primera dificultad que se le presentó fue cargar de yerba el mate, pero desarrolló un método con el que iba tomando referencias táctiles y de superficies para llevar la cuchara cargada desde el tarro hasta el recipiente y palpando con el índice para reconocer cuándo había llegado a la medida. ¡Pudo hacerlo! Con el mismo método, y aunque el riesgo de quemarse hacía la tarea más peligrosa, llenó el termo y se fue para el balcón. Estaba alerta, atento a todo: sonidos, luces, manchas del paisaje urbano, todo y como no lograba distinguir con claridad las formas de nada, no abría juicios ni pensaba demasiado en lo que se iba presentando como imágenes borrosas.

Creía que las imágenes, todo aquello que llega por la vista, despiertan pensamientos, más que cualquier otro de los sentidos. Y pensar, inevitablemente modificaba los hechos, construia destino. Pero hoy estaba dispuesto a no intrevenir. Ya vería qué nombre ponerle al suceso.

Desde la vereda, al otro lado de la calle, alguien lo miraba desde hacía rato.

Cuando se terminó el agua caliente y tuvo ganas de fumar de nuevo, volvió a entrar al departamento. Se tropezó con la mesita de la sala y se le cayó el mate, desparramando yerba húmeda por todo el piso. Casi a tientas, palpó la superficie buscando las cosas tiradas. Tocó el metal de la bombilla y la retuvo; dejó el termo a un lado para moverse más cómodamente y siguió pasando la mano lentamente sobre la madera. Cuando la punta de sus dedos rozaron el mate, como estaba volcado, rodó hasta abajo del sillón. Se estiró para alcanzarlo, pero esta vez la mano no iba rozando el suelo, sino que hacía movimientos como palmeando el piso. En uno de esos manotazos aplastó un bollo de papel que llevaba ahí un tiempo indeterminado. Lo sacó, se puso de rodillas, para estirarlo sobre la mesita. No llegaba a leer lo que decía y le dio curiosidad. Las reglas las hice yo, así que puedo romperlas cuando quiera, después de todo, se dijo. Gateando, fue hasta la cocina a buscar los anteojos, con el papel en la mano. Leyó la nota y comprendió de inmediato que nunca iba a encontrar una palabra que pudiera nombrar ese momento.

Julio, 2020

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