Método para cortar una cebolla y no llorar (*)
Nunca voy a olvidar la manera en que pelabas una cebolla. No cómo la cortabas en trozos bien finos, o cómo los separabas antes de echarlos al sartén donde el aceite hervía furioso. No cómo elegías cada una del puñado de gigante que había dentro del canasto. Ni cómo me mirabas mientras trabajabas con tus manos a ciegas, como si supieras, como si las manos supieran lo que debían hacer a continuación y de nuevo a continuación. Y me seguías mirando mientras hablabas, efervescente, decidida, con vehemencia:
Luego de trazar la línea meridional con el cuchillo afilado y después de dejarlo sobre la tabla de madera desgajada, la tomabas entre tus dos manos a la altura del pecho y hundías tus uñas en el tajo vertical, presionando con ambos pulgares desde el hemisferio opuesto. Así, lo siguiente era el acto salvaje de quitar la piel, rasgándola con los dedos abiertos.
Ese instante quedó registrado como una fotografía permanente en mi retina, vi aquella cebolla como un corazón latiendo entre tus manos mientras las puntas de los dedos desollaban el órgano vegetal, como si todo aquello fuera un rito que no supe entender. Como si cada movimiento siguiera un guión premeditado, calculando las pausas en las que me mirabas fijo, desafiante. Un acto primitivo y descarnado en el que creí leer un mensaje, mientras las cortezas (certezas) se apilaban a orillas del fuego esperando la compañía de la siguiente, la que ahora se desnudaba a tus manos.
Tal vez esa era tu forma perfecta de quitar lo que no sirve, de remover la piel inútil; y tal vez era tu forma de decir dejemos lo que realmente importa. Pero puedo recordar muy bien que tampoco llorabas al picarla y eso me hizo sospechar. No porque debieras hacerlo, ni porque fuera inevitable, –sobretodo habiendo tantos métodos probados para evitar el flagelo–, pero esa ceremonia absurda, esa debilidad impredescible es parte, y yo estaba parado ahí, con la copa de vino en la mano a media altura, los ojos fijos, la boca entreabierta sintiendo que en cualquier momento sobrevendría el derrame en tus ojos… hasta que recuperé presencia cuando escuché el crepitar del aceite. No pude descifrar el objeto de mi sospecha, ni qué me hizo pensar que un corazón podría dejarse en un canasto de cebollas.
Enero, 2019
*
1. Usar un cuchillo muy filoso al cortarla.
2. Colocarlas en el congelador durante 10 minutos antes de cortarlas.
3. Cortar la cebolla bajo el agua o cerca de agua muy caliente.
4. Cortar la cebolla cerca de una nube de vapor.
5. Respirar por la boca sacando la lengua.