Relato

Se queman las tostadas

Se parece a vos.

El vino a media botella y los dos sentados en el sillón de la sala mirando la tele frente a nosotros, mientras la película que nos había recomendado Isabel cuando elegíamos tomates en la verdulería y ella salía con su atado de acelga envuelto en diario, había comenzado no hacía mucho. Me sorprendió el gesto que le hizo a Mica mientras decía “te va a encantar” y que alcancé a ver cuando levantaba la cabeza para asentir en un acto de cortesía.

La frasecita se me clavó en el pecho, per­o pregunté sin girar la cabeza, ¿qué…? La lámpara que está sobre la mesita, cerca de la puerta, apenas iluminaba el ambiente, pero la había escuchado. Que se parece a vos, repitió casi en un susurro. La penumbra, por alguna razón, supone una situación solemne y nos obliga a hablar en voz baja, sin saber porqué, como si la luz tenue del ambiente se asociara con la muerte, la muerte con los deudos que no deben ser molestados y con el silencio en que parecemos sumergirnos luego de la misma muerte; o con los templos, donde las divinidades, se supone, están más cerca y se les habla bajito, cada uno a lo suyo y que nadie falte el respeto.

Claro que la había escuchado, pero necesitaba confirmar que lo había dicho. Desde el encuentro con Isabel y su recomendación, la insistencia luego de Mica para que la veamos hoy total es temprano y mañana no tenemos mucho que hacer, dale…!, no dejé de pensar que todo estaba sucediendo de una forma en la que debía ser protagonista de los hechos, que algo había para mi en todo esto.

Hasta ese momento, mientras veía la película, de reojo la miraba a Mica; cada vez que le daba un sorbo al vino, echaba una mirada a su celu para ver si le llegaba algún mensaje de Isabel, presté atención a sus gestos según las escenas. No podía concentrarme en la trama, hasta que su frase me puso en foco. En el personaje principal estaba la clave, ahí había una señal.

Siempre creí que Mica iba a dejarme tarde o temprano, que terminaría escuchando a su madre cuando le decía que yo no era para ella. Cuando vuelve de las visitas que le hace, me cuenta cómo quiere manejarle la vida, cómo busca hacer tambalear sus decisiones, le cuestiona el trabajo, el tiempo que lleva estudiando antropología y la relación conmigo. A mí, me cuestiona a mí.

No me veo parecido a este tipo. El personaje que hace en la película nada tiene que ver conmigo. Y al actor nunca me lo banqué mucho. Me resulta extraño todo. ¿A él?, ¿el actor o el papel que está haciendo? Mica parecía abstraída, no dejaba de mirar y se abrazaba a la manta que tenemos en el sillón. No había vuelto a probar el vino y subió las piernas, doblándolas hasta que los talones tocaban su cola. Puse pausa y le pedí que me espere que tenía que ir al baño. Necesitaba verme al espejo para tratar de identificar a quién me parecía, pero esa imagen no fue suficiente. Pasé por la cocina a buscar la botella de vino y el grito de Mica para seguir viendo la peli me sobresaltó; la botella casi se me cae, pero la rescaté a tiempo y volví a la sala. No llegué a sentarme y ya le había dado play. Tal vez sus gestos o la forma que se prepara a la mañana, luego de levantarse, antes de salir de su casa. Se le queman las tostadas como a mí, pero es atento e impecable en el vestir. Le pregunta a su compañera cómo se ve y ella le arregla el cuello del saco. Yo también lo hago, también le pregunto, sobretodo cuando sé que viene mi jefe a la oficina. No sé si es lo mismo. El tipo tiene sus inseguridades y cuando llega a la planta baja vuelve a subir, golpea la puerta porque sabe que olvidó algo. Ella le abre, como sin entender qué está pasando; él toma de la mesita las llaves y la billetera y antes de irse le acaricia el pelo y le da un beso no demasiado extenso, pero tierno. La miro a Mica en ese instante, que hace un gesto con los ojos y mueve la nariz. ¿Será eso? Me acuerdo haberlo visto en otras películas y el tipo tiene algo, una forma de acariciar y apoyar su cara contra la mejilla que va a besar que es bastante particular. Intentaba recordar mis momentos de besos y despedidas, pero no estaba del todo seguro; no podía reconocerme en ese gesto. Durante toda la película sorprendí a Mica que me miraba de reojo; supongo que para comprobar si no me había dormido, o tal vez intentaba reconocer las similitudes que había creído ver, o las que Isabel le dijo qué mirar, cuando insistió para que veamos la película. Seguramente es ella la que encuentra un parecido y le dijo a Mica: mirala, vas a ver que es igual. No sé… la forma de caminar, el movimiento de los hombros o algo de su personalidad. ¡Qué le importa a Isabel si me parezco o no! Decile a tu mamá que la vea, dijo Isabel para terminar, cuando ya nos despedíamos y yo casi no podía escucharla y metía la bolsa de tomate y otras cosas en el asiento de atrás del auto. No termina más. Mica, que siempre se duerme cuando miramos una peli, estaba inmóvil pero con los ojos redondos y sin parpadear casi. No sacó los brazos fuera de la manta y seguía hecha un bollo sobre el sillón. Sin mover la cabeza, aproveché cada sorbo que daba a la copa de vino para mirarla a través del cristal y varias veces vi ese gesto tan típico de ella cuando encuentra una verdad que está buscando, como el otro día que me preguntaba porqué estaba así, así cómo, así, raro, esquivo, contestas con monosílabos o un gesto de cabeza; yo nada y dale, que te pasa. Veníamos de la fiesta de Mati, un amigo de ella que conoció en Filo, qué onda con Mati, le había dicho varias veces, después se me pasó, pero en la fiesta se reían, charlaron en un rincón un rato. Sólo la conocía a Isabel que me saludó cuando llegamos, hablamos dos palabras y quedé deambulando entre intelectuales mientras buscaba vasos con restos de bebidas en las mesas; fui a fumar al balcón y meta charla, Mati y ella. Cuando me vio hizo un ademán con la cabeza que era una pregunta y yo, que no, que estoy bien, no pasa nada, quedémonos, todo eso con otro ademán, tan nuestro, tan claro para ella. Tan linda cuando frunce la cara para decir que ella quería quedarse, pero si yo no, que nos vamos, entonces nos quedamos y agradece de esa forma que adoro. Todo un idioma de gestos vivos, complejos ideogramas visuales que son una traducción propia del otro y que su madre nunca podrá entender. Pero tampoco tanto, soñaba dormitando en uno de los sillones y Mica me despierta con un beso en la cabeza, ¿vamos? Y el viaje de vuelta en silencio, mezcla de modorra y lo otro y un innecesario vaso de whisky antes de acostarse, ¿lo pasaste bien? Si. ¿Qué te pasa? Estás raro, no hablaste en todo el camino, contestas con monosílabos, dale, y entonces sus ojos que se dan cuenta de lo obvio, pero que ahora es una verdad revelada y el mismo gesto que viene haciendo mientras vemos la película que nos recomendó Isabel, hoy en la verdulería. Una forma de ideograma que es sólo de ella pero que yo conozco y traduje mil veces.

La película terminó —por fin— y empezaron a bajar los títulos: actores, personajes y créditos de todo tipo en letras blancas sobre fondo negro. Quedé atento al nombre de los protagonistas para confirmar quién era el actor principal y retener su nombre. Miré una vez más a Mica y ya se había dormido; no sé cuándo pasó, pero su cuello parecía dislocado y su cabeza colgaba hacia atrás, sobre el respaldo del sillón.

—Mica, andá a la cama, ya terminó. Dale, Mica.

—Eh, ¿ya terminó? Me encantó la peli… que mierda, me dormí, ¿cómo termina? ¿a vos te gustó?

—Sí, estuvo buena.

—Viste que se re-parece a vos el pibe.

—No sé, Mica, puede ser. Te llevo a la cama.

La ayudé a levantarse, cuidando que la manta que la envolvía la acompañara hasta la habitación, que no tuviera frío, que no terminara de despertar para ahondar en las similitudes y diferencias. Que no recordara a Isabel, ni a su madre en ese momento. Que siguiéramos siendo nosotros una noche más. Con una sutileza de la que no creí ser capaz la ayudé a desvestirse, le puse el pijama, incliné su cuerpo hasta acostarlo, subí sus piernas y la tapé hasta el cuello. Creo que en ese momento frunció levemente la nariz. Le di un beso en la mejilla y salí de la habitación.

No dejaba de repetir el nombre del tipo; ya lo había visto en otras películas pero no lo tenía tan presente como para pensar: sí, es ese! No iba a poder dormir y pasé por la cocina antes de sentarme al escritorio para servirme un whisky. Abrí la tapa de la compu, metí el nombre en el buscador y aparecieron entre los resultados, sus fotos, biografía y todas las películas donde había actuado. Eran muchas, no sé, unas cuantas pero quería verlas todas y me parecían un montón. Estaba cansado y no pensaba hacerlo esa noche. Guardé el link a una página donde estaba toda la trayectoria del tipo, cerré y me fui a dormir. Eran casi las dos de la madrugada.

Cuando me levanté, Mica ya preparaba el desayuno; estaba de buen humor y pensé que eso era bueno: evidentemente, ese tipo a ella le gustaba y encontraba en él algún parecido conmigo, su estado de ánimo era una buena señal. Es probable que hablara con su madre para contarle y dejara de molestarla con el temita. Tenía pruebas que de alguna forma afirmaban su elección. La saludé con un beso cuidado y ni bien separé mi cara de la suya, me preguntó:

—Cómo termina, contame. ¿Te gustó? El pibe es divino. Hoy almuerzo con Isa y no quiero quedar como una boluda que me quedé dormida.

—Él vuelve al final, y nada, lo de siempre. Si me gustó.

Tomé el café de un trago y me metí a la ducha. Se me hacía tarde así que me vestí rápido, puse la compu en el bolso, le dije “chau” a Mica y salí. Cuando abrí la puerta para salir a la calle, escucho por el portero eléctrico a Mica, con esa voz latosa de frecuencias de radio vieja, que decía: las llaves…

—¡Subo!

En el ascensor recordé esa escena de la película, tan así. Mica me esperaba arriba con el brazo extendido, las llaves sostenidas por dos dedos y esa sonrisa. Le pasé la mano por el pelo y al llegar a la mejilla la sostuve y le di un beso en la otra mientras tomaba las llaves de su mano y me las metía en el bolsillo. Punto para mí. Si no estoy seguro de parecerme a él, entonces tendré que intentar acercarme todo lo que pueda a la forma de sus detalles.

Cuando llegó la hora del almuerzo, dije en la oficina que no me sentía bien y que no volvía a la tarde. Sabía que Mica iba a almorzar con Isa y después tenía yoga, siempre termina tarde, iba a tener tiempo de sumergirme en la vida de mi alter ego por lo menos hasta las 8 de la noche. Preparé un café, comí unas galletitas con queso mientras ponía a cargar la compu. Empecé por su primera película, que era de los 80’: ¡un pibe!, y en un papel secundario de mierda que no llamaba nada la atención. La fui avanzando rápido, sabía que ahí no iba a encontrar puntos de contacto. Lo mismo con dos o tres más que seguían en el orden cronológico de su carrera. A eso de las seis empecé a ver “Infortunio”.

Terminar de ver toda la filmografía me llevó varios meses, no sólo porque eran más de veinte, sino que además tenía que buscar momentos en los que Mica no estuviera y fuera de los horarios del trabajo. Es cierto que hubo momentos en los que veía algunas partes entre una reunión y otra, o al terminar de completar alguna planilla, pero no fue lo más habitual y era muy arriesgado. Pero me sentía absorbido por el tema, no dejaba de pensar en todo lo que veía en esas películas: sus gestos, formas de andar y de vestir, cómo llevaba el pelo, la manera de conducir. Claro que en todas las películas hacía un personaje diferente, pero en la base era siempre él mismo, él es el que se parecía a mí. De eso estaba seguro.

Te estás dejando las patillas, me dijo Isabel una noche que vino a cenar, te quedan bien, ¿no, Mica? Mica, que no se había dado cuenta, gritó desde la cocina: ¿Qué?, ya llevo la cena, abrí un vino, dale. Que se dejó las patillas. Mica y sus gestos, pero ni siquiera eso. No volvimos a hablar de mí en toda la noche; un rato después del postre, cuando me fui a la habitación, ellas se quedaron hablando, susurraban, se reían.

Los días que siguieron fueron raros, estaba disperso. O en realidad, sólo abstraído en todo esto de lo que vengo hablando. No me concentraba en el trabajo y me advirtieron sobre las consecuencias en algunas ocasiones donde todo parecía estar fuera de control. Iba al baño varias veces en el día a mirarme al espejo; empecé a manejar con el brazo apoyado en la puerta del coche, con la ventanilla baja y a fumar. La madre de Mica se sorprendió cuando prendí un cigarrillo ese domingo y la miró levantando las cejas y cerrando los ojos. También había entre ellas todo un lenguaje de gestos. Yo lo conocía bien, no es para vos, ¿no ves? Desde el principio fue así.

Me compré un saco de corderoy.

Estábamos ya sobre la primavera y los días eran lo bastante cálidos como para que no fuera necesario usar demasiado abrigo. ¿Para qué te compraste ese saco? Me gusta, dije. Le queda bien, era hora que empezara a vestirse como un hombre, dijo la madre de Mica esa misma tarde cuando salió el tema; mamá, no te metas, por favor. También levantó las cejas mientras cerraba los ojos, pero esta vez era a favor mío; o de ella misma, claro, no hacía más que confirmar lo que pensaba, lo que dijo siempre. Yo estaba convencido; me encerré en la habitación a seguir con alguna de las películas que todavía me quedaban por ver, y las dejé en esa charla que se ahogaba detrás de la puerta; me di cuenta de que ya no me importaba lo que sucedía ahí, entre ellas, entre nosotros.

Cuatro meses habían pasado desde que Isa nos recomendó esa peli, mientras elegíamos tomates en la verdulería, en las últimas horas de abril. Da igual el mes, pero cuatro meses llevo con esto de mirar películas, asumir actitudes y nuevas rutinas; costumbres que nadie entendía. Vivía en un estado de abstracción permanente. No me parecía al tipo ni al personaje. Tal vez más al tipo, pero qué sabe uno cómo son ellos en realidad, qué hacen cuando se levantan por las mañanas, cómo responden un mensaje de texto. Lo único cierto era que cada vez estaba más lejos de mi mismo y más cerca de ser algo nuevo. Una meta que ya se podía tocar con la punta de los dedos.

Anotaba en una libretita algunas particularidades que me parecían las más relevantes y a medida que lograba incorporarlas las tachaba con un lápiz rojo. El rojo tiene un poder enorme en las anotaciones que uno hace; es definitivo en su voz. Confirmatorio. Además es el único lápiz que me queda, creo, porque lo usé bastante poco y no llegó a gastarse como los otros.

De los diecisiete ítems que anoté, llevaba adoptados cerca de doce; de los cinco que restaban sólo uno se podía implementar con facilidad. Los otros eran menos superficiales y más de fondo: formas de sostener la mirada, caricias sorpresivas; preparar una cena inesperada.

Una mañana fui a la verdulería a comprar tomates y apareció Isa. ¿Cómo estás? Hace tiempo que no te veo. Te sacaste esas patillas horribles. Mica sigue en casa, está bien. Siempre nos acordamos de esa peli… creo que fue acá que le dije que la vieran. El pibe es igual a vos.

Agosto, 2023