Secreto
La noche del sueño fue turbulenta, atravesada por pensamientos, ideas, fotografías oníricas, una atrás de otra; varias veces tuve que levantarme para ir al baño y al volver a la cama, sumergirme de nuevo en la oscuridad profunda de los ojos cerrados me costaba. No puedo decir cuánto me costaba, cuánto duraba esa incomodidad. Las noches tiene huecos sin referencias; no es posible medir el tiempo que transcurre entre que aparece una imagen/idea/pensamiento y el momento en que se pierde la consciencia. El último atropello del inconsciente que toleré fue el de las cinco. Afuera todo era oscuridad de madrugada invernal y luego de algunos breves intentos, encendí la luz, me vestí y me metí al baño para terminar de entrar en el día.
Me miré al espejo y pensé: ¡Otra vez en primera persona! Entonces, me detuve en la imagen que tenía enfrente, la recorrí con la mirada. Cada centímetro, cada huella: la frente que había olvidado, de casi un palmo de altura, menos pelo o más sabiduría, vaya uno a saber. Ceja, ojo, ceja, ojo; esas que alguna vez me avergonzaron por exhuberantes y hoy son el alero perfecto en días de sudor extremo. Esos, que vi en antiguas fotografías de infancia, iguales, redondos, devoradores de escenas, contacto tímido e incrédulo con el mundo que, ahora menos tímidos pero igual de incrédulos, ocultos detrás de vidrios gruesos rodeados de marcos baratos, pasean por las superficies diarias para descubir cuál hacer propia.
La nariz, cada vez más próxima al formato materno, sostiene el artefacto indispensable, sólo eso. O tal vez sostiene fisonomía, conserva el rastro de la herencia. Abajo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo y cientos de etcéteras en tonos rojizos que cubren una boca imperfecta y cobarde, que no se atrevió a decir cuando era la hora. Y esta mañana, frente a un espejo se muestra medio abierta, deja ver apenas los dientes, que largamente apretados, sostuvieron la palabra. El labio inferior, siempre balbuceante, con la única función de dar sentido a la imagen, corona lo que sigue después: pelo. Pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo, pelo. Mucho, desordenado, impropio e irreverente. Casi todos blancos, de esos que traen historia, cuentan leyendas y guardan secretos. No logro ver dónde termina la mata indómita; el espejo termina antes y no llega a mostrar el final del retrato. Me tranquiliza saber que no hay que continuar con esa descripción absurda de una imagen privada del otro, de esos espejos humanos que son capaces de acercar unas tijeras cuando parece que ya es demasiado tarde.
Julio, 2020
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