Whisky y bizcochos
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La frazada hasta el cuello, la peli que no era buena y hacía frío. No sólo que era previsible y aburría, sino que era la segunda elección fallida de ese domingo que ya andaba por las 7 de la tarde. Las nubes no habían cedido en todo el día, el otoño se había instalado y bajaba desde el techo de la habitación; pero lo más destemplado de todo era el silencio. Algunos silencios parece que nunca terminan de cobijarlo a uno y no se termina de entender si se está bien o no.
Miraba de reojo el celular, sobre la cama a mi derecha, cada tanto, inútilmente, porque sino hace ruido el aparato o se prende alguna luz en su pantalla, es que ninguna acción pasó por ahí y me dio hambre. Me arropé con lo que encontré sobre la silla y fui a la cocina. La habitación parpadeaba a la luz de aquella película, el piso helado y el velador encendido sobre la mesita.
Volví a acostarme. Apoyé el vaso y un paquete en el pequeño espacio que deja el velador y me acosté de nuevo; volví a subir la manta hasta casi besarla. Estiré el brazo por debajo, toqué el paquete que había traído y lo metí en la cobija para abrirlo. Empecé a meterme los bizcochos a manotazos en la boca, en una mezcla de ansiedad voraz de domingo y vacío. Para aflojar la pasta que se me había instalado entre los dientes, con mucho esfuerzo saqué la mano para buscar el vaso y di un sorbo para disolverla. Ya podía respirar de nuevo y seguir con la peli. En eso soy metódico y es difícil que la descarte antes del final con la esperanza que tenga algún sentido último. Volví a concentrarme justo en le momento en que Michelle se da cuenta de algo que todos sabíamos desde los títulos; y fue ahí cuando caí en la cuenta de que estaba comiendo bizcochos agridulces con whisky y pensé, que de los maridajes, este era bastante raro y poco frecuente. Fue un hecho casi involuntario y a la vez natural que haya traído esas dos cosas: tenía un hambre indescifrable —“no sé si salado o dulce”— y necesitaba alcohol reparador.
Maridaje en inglés es pairing que a su vez se destraduce como emparejamiento. Esto de encontrar lo justo para cada cosa, donde esto justo sea tal vez una convención: pescado con Chardonay, dijo alguien, van bien, así como es difícil encontrar un vino adecuado para los espárragos. ¿Quién usaría una camisa a cuadros con el traje pied de poule? Y tantas otras desaveniencias en el arte de encajar. Estamos todos de acuerdo pero que nadie me diga qué es lo justo para mí; llevo años probando maridajes imposibles pero que sabían bien en el momento.
Michelle decide sobre le final su destino y se sirve una copa que no marida con nada, tampoco el whisky con los bizcochos, pero mandé a pedir otra botella.
Marzo, 2021
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